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Ius Belli (Derecho de Guerra)

Foto del escritor: JHGJHG

Estimados compañeros/as, quisiera comenzar este debate asincrónico resumiendo las influencias que tienen en el presente las elaboraciones teóricas de la Segunda Escolástica (principalmente Francisco de Vitoria y Francisco Suárez) en la teoría contemporánea de la guerra[1]. Aun cuando se considera a Grocio[2] como el pionero del Derecho Internacional con su Del Derecho de la Guerra y de la Paz, ya aparecían en aquellos autores los elementos básicos, para sumarle la necesidad de instituir conferencias y árbitros internacionales.

Estos autores desarrollaron las ideas de San Agustín y Tomás de Aquino, y los principios que plantearon pueden aplicarse en dos escenarios básicos: i) las razones justas para declarar la guerra (jus ad bellum), y ii) el conjunto de reglas que deben ser obedecidas en una guerra justa (jus in bellum) (actualmente Derecho Internacional Humanitario). En el primer caso una autoridad legítima debe sopesar las circunstancias para determinar si se dan las causas justas, y la posibilidad de alcanzar el objetivo (probabilidad de éxito actual), que se limita al daño recibido por parte de otro Estado, y no a motivos de fe o voluntad de ampliar el territorio. En cuanto al jus in bellum el principio básico es el de moderación o proporcionalidad: es posible infligir al adversario los daños necesarios para la victoria siempre teniendo presente el no sobrepasar el agravio sufrido con antelación y el respetar a los inocentes (no-combatientes). A esa defensa del inocente se le conoce actualmente como principio de discriminación.

Las influencias de estas ideas en la actualidad son notorias, no obstante, no hay secularización sin merma caricaturesca, y son patentes las diferencias de riqueza y profundidad en el trato de la cuestión[3]. A continuación, dejo abiertas algunas cuestiones que se me plantean y mi aproximación actual, provisional —una aproximación más intuitiva que racionalizada e informada—:


i. ¿Es posible un Derecho Internacional sin legislador central? Yo creo que no, aun cuando puede servir como ficción necesaria, me es imposible no coincidir con la visión anarquista de Kant en cuestión de las relaciones internacionales. Las consecuencias de nuestros actos son, opino, el motor fundamental de nuestra conducta (y sus modificaciones); no hay sistema moral interno o externo que pueda por si solo regular las conductas entre naciones o Estados, precisamente porque es el escenario análogo más claro de la relación entre individuos sin sistema extramoral de regulación (cosa que sí ocurre dentro del Estado).

ii. ¿Es posible un Derecho Internacional sin arraigo en alguna forma de iusnaturalismo (orden natural-racional)? Aquí mi posicionamiento también es dual, en el sentido de apreciar, casi anhelar, el valor de una orden natural-racional (también religioso) pero de nuevo no puedo evitar concebirlo como ficción útil. En relación a la pregunta anterior, podría decir que, de existir, veo inevitable que se fundamente en un orden de este tipo.

iii. ¿Han tenido repercusiones prácticas, históricas, los debates intelectuales en torno a esta cuestión de la guerra, o, por el contrario, han sido otros factores (materiales) los que han tenido una incidencia decisiva? Apuesto por la segunda posibilidad, aunque cuando disfrute de la lectura de esos razonamientos.


[1] Vytis Valatka and Vaida Asakaviciute, The philosophy of international law of Modern Scholasticism: the theory of just war, Juridical Tribune, 2022, pp. 317-328. [2] Hugo Grocio, Del Derecho de la Guerra y de la Paz, Madrid Editorial, 1925. [3] Mauro Mantovanni, Algunos notas sobre la Teoría de la ‘Guerra Justa’ en Francisco Suárez, Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador, 2017, pp. 239-263.



Segunda intervención: Visión irracional, tradicionalista y evolucionista del Derecho

Estimados compañeros, es un verdadero placer leeros, creo que en estas primeras intervenciones se han resumido de forma prolija las ideas de los principales pensadores de la Edad Media acerca del derecho a la guerra y su vínculo con la actualidad. Permitirme esta vez ampliar y justificar algunas de las posiciones que adelanté en mi primer comentario; me interesan vuestras opiniones acerca de mi visión actual sobre estas cuestiones.

Mi adhesión al realismo en lo tocante a las relaciones internacionales nace de una visión irracional, tradicionalista y evolucionista del ser humano. Esto incluye la naturaleza y desarrollo de sus productos culturales: sistemas jurídicos, instituciones políticas, etc. Además, el origen de mi visión no es arbitrario, sino fruto de mi experiencia (clínica) y conocimientos acerca de la naturaleza poliédrica del ser humano, donde no cabe una distinción clara entre lo racional y lo irracional, entre el bien y el mal. La principal consecuencia de esta visión en cuanto al tema que nos ocupa, me parece, es la que sigue:


  • Los sistemas naturales-racionalistas podrían ser necesarios, pero insuficientes. Estos sistemas incluyen los órdenes naturales inmanentes (antiguas Grecia y Roma) y los órdenes naturales por creación (visión cristiana del Derecho Natural)[1]. Englobo a estos sistemas entre aquellos que se apoyan en el diseño (constructivista) con el fin de establecer unos marcos morales de convivencia razonables. No obstante, no puedo evitar pensar en estos sistemas, al menos parcialmente, como justificaciones a posteriori de cambios históricos, o como meras ficciones útiles. Las consecuencias negativas, que seguro las hay, de no asumir algunos de estos sistemas, no es argumento suficiente para su defensa.


He de matizar que el diseño y la racionalización, aun siendo desajustadas con las condiciones históricas reales, no son inocuas. Tienen sus efectos, y de ahí que pudieran cumplir parcialmente las funciones que se proponen. Sin embargo, la prueba de que estos sistemas son dependientes de las condiciones histórico-materiales, es la dificultad de implantarlos en regiones que no comparten el acervo cultural de origen.

Es precisamente en la cuestión de las relaciones internacionales y la guerra donde considera que la visión que defiendo supera a aquellos sistemas naturales-racionalistas. Algunas de las ideas con las que he resonado en mis distintas lecturas son las siguientes:


  • «Existirán sobre la tierra siempre varios Estados y no puede existir un 'Estado' mundial abarcando a toda la tierra y a toda la humanidad. El mundo político es un pluriverso y no un universo[2]» (Carl Schmitt).

  • «El estado normal de las cosas durante la mayor parte de nuestra estancia en el planeta ha sido de sequías, pestes, masacres y desigualdad —en la estimación común, los peores enemigos del bienestar humano— las cuales pueden haber sido las más humanitarias: sólo ellas han permitido que el nivel medio de bienestar se elevara ocasionalmente un poco por encima del nivel de subsistencia[3]» (Nick Bostrom).

  • «Entre poderes de especie diferente, como son el poder político y el poder familiar, o el señorial o el religioso, hay a la vez colaboración y conflicto. Entre poderes de la misma especie que no se hallan limitados por su carácter el estado natural es la guerra. A los ojos del hombre que vive exclusivamente en su tiempo, que afortunadamente puede ser pacífico, la guerra aparece como un accidente; pero a quien contempla el sucederse de las épocas, la guerra se le muestra como una actividad esencial de los Estados[4]» (Bertrand de Jouvenel).

  • «Uno no puede más que callar y permanecer tranquilo cuando se poseen flechas y un arco. De otra manera, se charla y se disputa. ¡Que vuestra paz sea una victoria! ¿Decís que es buena causa la que santifica incluso la guerra? Yo os digo: es la buena guerra la que santifica todas las causas[5]»; «Hermano mío: ¿son males la guerra y las batallas? Son males necesarios. La envidia y la desconfianza y la calumnia tienen un puesto necesario entre tus virtudes[6]» (Friedrich Nietzsche).

  • «De esta guerra de cada hombre contra cada hombre se deduce también esto: que nada puede ser injusto. Las nociones de lo moral y lo inmoral, de lo justo y de lo injusto, no tienen allí cabida. Donde no hay un poder común, no hay ley; y donde no hay ley, no hay injusticia[7]»; «Los hombres no encuentran placer, sino, muy al contrario, un gran sufrimiento, al convivir con otros allí donde no hay un poder superior capaz de atemorizarlos a todos[8]» (Thomas Hobbes).


Por no alargar más esta intervención me dedicaré a contrastar esta imagen con algunas de las vuestras en las siguientes intervenciones.

[1] Dalmacio Negro, Orden y Derecho Natural, Revista de formación cívica y de acción cultural, según el derecho natural y cristiano, pp. 51-75. [2] Carl Schmitt, El concepto de lo político, Alianza Editorial, 2021, p.74. [3] Nick Bostrom, Superinteligencia, Teell Editorial, 2016, p163. [4] Bertrand de Jouvenel, Sobre el Poder, Unión Editorial, 2020, p. 201. [5] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Editorial Edaf, p. 85. [6] Ibid., p. 72. [7] Thomas Hobbes, Leviatán, Alianza Editorial, p. 182. [8] Ibid., p. 179.


Tercera intervención: Respuesta a los compañeros


Buenos días, compañeros.


Esta vez contestaré más directamente a algunos de vosotros, tras haber expuesto mis pensamientos (y sensaciones) respecto el tema en las intervenciones anteriores.


Me ha parecido muy interesante las respuestas del compañero Andrés, y me parecen muy oportunas las preguntas que plantea. De nuevo contemplo algo naíf la intención de que el legislador central se pueda encarnar en criterios jurídicos, aceptados y difundidos entre todos los Estados, para regular las condiciones de emprendimiento, desarrollo y consecuencias de la acción bélica. En estos momentos niego la posibilidad de consenso internacional, marco de derecho global o mecanismos e instituciones de control eficaces (Meza), pero sigo abierto a argumentos que me hagan replantear esta posición.

¿Qué significa exactamente que el Estado tenga una posición moral en el ámbito internacional (Walzer)? En primer lugar, es problemático atribuir capacidad moral a esta institución como ente ontológico equivalente a un ser humano. Los que se hallan en estado de guerra constante son las personas que encarnar el poder de esos Estado y así es como creo se ha de caracterizar la problemática. Por otro lado, señalar los aspectos morales (que yo niego) del Estado en cuanto participante internacional podría explicar perfectamente la existencia de las guerras y no su evitabilidad: uno ve siempre en su enemigo político el mal —justamente por no compartir su marco moral—.

Si estas discusiones teóricas se apoyan en esa posibilidad de unos principios universales morales, necesito una explicitación de su existencia y una explicación de cómo se interiorizan esos principios y cómo pueden darse de manera universal. Sólo con que un Estado (conjunto de líderes políticos) —siendo generoso— no personificara esa asimilación, echaría por tierra cualquier tipo de racionalización moral internacional.

Pongamos un ejemplo trivial, ¿por qué creemos necesarias las normas de tráfico y las sanciones correspondientes de su incumplimiento?, ¿creemos eficaz una carta de normas éticas para evitar los conflictos en la convivencia en carretera?, ¿invocaremos una buena educación para la reforma del ciudadano? Me pregunto qué cabriolas racionales deben hacerse para considerar factible el ordenamiento pacífico entre Estados teniendo dificultades para regular el tráfico. Si la justicia de la guerra depende de que esta no tenga origen en el apetito humano, no podrá haber jamás una guerra justa.


Pretender de un pueblo políticamente unido que haga la guerra sólo por razones justas, una de dos: o es pura tautología, y significa simple y llanamente que sólo hay que hay que hacer la guerra contra enemigos reales, o bien oculta la pretensión política de poner en otras manos la competencia del ius belli, y de hallar normas de justicia sobre cuyo contenido y aplicación al caso individual no decida el propio Estado sino un tercero cualquiera, que sería el que decidiría de ese modo quién es enemigo.[1]

Sería además equivocado creer que un pueblo cualquiera está en condiciones de apartar de sí la distinción entre amigos y enemigos por medio de una declaración de amistad universal o procediendo a un desarme voluntario. No es así como se despolitiza el mundo ni como se lo traslada a un estado de moralidad pura, juridicidad pura o economicidad pura.[2]

Con el tiempo encuentro cada vez más atractivos a los pensadores paradójicos, esto es, los que conjugan con sabiduría lo que es y lo que aparenta ser (sin dejarse llevar desde luego por el deber ser). Encuentro estas ideas de Schmitt más antibelicistas que las de los pensadores que abanderan la moralidad, la virtud y la paz: «Estas guerras [las que arguyen voluntad de paz] son de modo necesario guerras particularmente intensas e inhumanas, ya que van más allá de lo político y degradan al enemigo por medio de categorías morales, convirtiéndose así en un monstruo inhumano ante el que no sólo hay que resistir, sino al que hay que aniquilar definitivamente; es decir, el enemigo ya no es aquel que hay que mantener dentro de las propias fronteras».

[1] Carl Schmitt, El concepto de lo político, Alianza Editorial, 2021, p. 80. [2] Ibid., p. 82.

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