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El milagro de Monse

  • Foto del escritor: JHG
    JHG
  • hace 4 horas
  • 3 Min. de lectura

En una reunión escuché a la administrativa decir que la lista de espera para psicología era de un mes. Comenté —con sorpresa genuina— que posiblemente se debía a su buena mano. Mi experiencia y conocimiento de otras comunidades hacen que un mes parezca algo irrisorio, pura ciencia ficción. No lo atribuí a la población porque sabía perfectamente cómo trabajaba esta compañera.


La psiquiatra, recién llegada —riendo como hace todo facultativo ante algo que le incomoda— añadió que, por muy buena que fuera la administrativa, la lista dependía del jefe de servicio, que podía aumentar o disminuir primeras visitas a voluntad.


Ese comentario mostró dos cosas: 1) su torpeza social (porque respondió a un halago ajeno con un matiz inútil); y 2) su desconexión total del funcionamiento real del equipo.


La administrativa, con una risa —esta risa me resultó, por lo que sea, más agradable— le dijo:


— Creo que estás bastante confundida en este punto. Y más haría si me dejaran.


La hostia resonó hasta Asturias oriental y, de regalo, le dejó entrever a la psiquiatra un dato evidente para todo el que quiera darse cuenta: el equipo hace mucho tiempo que no tiene jefe. Solo existe en el organigrama y en la nómina; en la realidad asistencial es una sombra que aparece para lo que no importa y desaparece para lo que sí.


La escalada de tontería era previsible; en salud mental rige una norma de hierro: cuanto más imbécil seas o más grande sea la estupidez que te invade, más fuerte reirás. Tras un intercambio tenso entre ella y yo —al que contribuí con mi defensa soberbia acerca de mi vasta experiencia y erudición —lo sé, soy idiota—, callé: tan idiota no soy.


Porque lo que callé —y ahora escribo— es esto: el estado de la lista de espera no depende del jefe de servicio. Ni aquí ni en la mayoría de centros del país. Los equipos tienen jefes de nombre, de placa, de nómina, pero nadie los tiene de referencia real. Un mes de espera no se explica por un jefe fantasmal ni por ninguna estrategia. Se explica por Monse.


Monse (es muy coqueta y prefiere quitarle la t), y esto no lo sabe la psiquiatra, se encarga de que cada primera cuente. Coge el teléfono y concierta meticulosamente cada una de las citas, teniendo en cuenta todos los aspectos que puedan influir en su asistencia. Ser del pueblo, preocuparse genuinamente por sus paisanos y conocerlos, le da algo que ni el jefe ausente o la psiquiatra recién llegada pueden tener. Ella sabe quién vendrá y quién no, sabe de dónde viene cada paciente, cuándo y cómo es mejor avisarles. No es ninguna maldita casualidad que el porcentaje de absentismo en primeras visitas en este centro sea virtualmente cero. Tampoco lo es que, en mi anterior trabajo, en un centro homólogo, de las mismas características, fuera del 40%. Solo hay que tener un poco de imaginación para darse cuenta de lo que ocurre al cabo de los años en un centro con un 40% de absentismo en primeras visitas.


Voy a mostrar la clave de mi erudición, de cómo sé yo esto y ella parece ignorarlo: a mí me interesa saberlo. Lo primero que hago cuando voy a un sitio es fijarme en la Monse del lugar. Es como fijarse en el estado de la cocina de un restaurante: dependiendo de cómo trabaje esta persona, de cómo la traten, de cómo funcione, así será el lugar. 


Con la Monse original, la de la reunión, hablo todos los días, le pregunto todo lo que se me ocurre y, en menos de un mes, he detectado multitud de fenómenos interesantísimos. Pero, sobre todo, me he dado cuenta de lo especial que es esta mujer y de lo poco que lo saben los facultativos. Sí, el resto del equipo lo sabe. Los facultativos comemos aparte, pero de eso hablaré en otra ocasión.


Además de eso, atentos porque esto es de genio: me preocupo por saber qué porcentaje de mis pacientes acude o no a consulta, diferenciando entre sucesivas y primeras visitas—los motivos para faltar a una y otra no son los mismos. Algunos llaman a esta manía rasgos obsesivos o anancásticos de la personalidad; yo lo llamo diligencia y responsabilidad.


Estos datos, a los que es imposible acceder por medio del servicio de informática de tu hospital —de gerencia ni hablemos—, a menos de que estés dispuesto a invertir 4 llamadas, 5 correos y 10 días de baja laboral por cefalea tensional, son imprescindibles para el gobierno racional de un centro de salud mental. Y, por lo tanto, es imprescindible que uno lleve la cuenta, tenga o no la tendencia obsesiva en su acervo genético. Hacerlo te permite, entre otras cosas, saber detectar al desconectado de tu equipo que todavía piensa que hay que mirar a arriba para diagnosticar el funcionamiento de algo.


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©2025 por Juan Hernández García

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