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Desde las ruinas clínicas

  • Foto del escritor: JHG
    JHG
  • hace 2 horas
  • 4 Min. de lectura

Anatomía moral de un sistema que enferma a sus propios curadores


Fragmento de un ensayo más amplio dedicado a pensar la práctica clínica y las formas de deterioro institucional que la condicionan. Pertenece a una serie de textos en los que intento examinar, sin concesiones, los fundamentos éticos del trabajo en salud mental.



El diagnóstico preciso es el requisito lógico e

indispensable de todo pronóstico posible.

—Robert Michels, Los partidos políticos

 

Hom pot divagar sobre els orígens de la moral de fora dels afers estant. Fer-ho des de dins és perillós i arriscat. És evidentment desagradable, però quan s'és al ball s'ha de ballar

—Josep Pla, El quadern gris


Introducción


Sólo mediante la crisis más profunda tiene uno la posibilidad de pensar verdaderamente en serio las cosas —incluso la cosa misma. Esto añade una capa más de sufrimiento: la nueva perspectiva alcanzada raramente será compartida, salvo por aquellos pocos espíritus que resuenan con la misma crisis. No puede darse un despertar desde fuera; denunciar, divulgar o criticar se convierten en pataletas en el vacío. Reflexionemos, pues, en la intimidad, entre quienes aún pueden soportar el peso de la lucidez. Los que necesitan con urgencia una reflexión no la obtendrán, aunque se les vocifere en la cara. Solo cabe desear que hallen el abismo entre sus creencias lo antes posible.


También en la duda se está. Sólo que en este caso el estar tiene un carácter terrible. En la duda se está como se está en un abismo, es decir, cayendo. Es, pues, la negación de la estabilidad. De pronto sentimos que bajo nuestras plantas falla la firmeza terrestre y nos parece caer, caer en el vacío, sin poder valernos, sin poder hacer nada para afirmarnos, para vivir. — José Ortega y Gasset, Ideas y Creencias.

Alguien las contradice o él mismo, en un momento de reflexión, descubre que se contradicen las unas o las otras; o bien se entera de algunos hechos con los que ya no son satisfechos por ellos. En fin, el resultado es un trastorno  en su interior, hasta entonces ajeno a su entendimiento, y del que trata de escapar modificando su masa previa de opiniones. — William James, Pragmatismo.

Lleva tiempo admitir, en la línea de lo dicho, que es imposible trasladar lo grotesco de nuestras condiciones —como profesionales y como pacientes—. Manifiestos, ensayos críticos, obras enteras de gente comprometida y con mucha experiencia no alcanzan ni a rozar la caricatura. La enfermedad está a la vista de todos, pero es casi imposible comprimirla en palabras: hay que vivirla en primera persona. Es necesario ver cómo el coordinador de turno habla en público, sin ningún tapujo, sobre las bondades del trabajo en equipo, del trato ético a los pacientes, para, al día siguiente, obrar activamente en contra de lo dicho —y que al resto del equipo le traiga sin cuidado. No hay mejor manera de romperse que asistir, día tras día, al espectáculo de la contradicción normalizada: ver a compañeras y compañeros buscar formación en productos que nada tienen que ver con sus condiciones reales de trabajo. O comprobar cómo en todos los equipos (siempre se dice que el propio no), la falta de respeto al paciente es la norma tácita. Lo difícil es verlo, y luego admitir que se vive en ese colapso. Describirlo, como digo, es imposible.


El problema de la educación es doble: primero, conocer; luego, expresar. Cualquiera que vive algo semejante a una vida interior, piensa más noble y profundamente que habla, y el mejor de los maestros solo puede impartir imágenes rotas de la verdad que percibe. — Robert Louis Stevenson, Moral laica.

Dada esta imposibilidad, paso directamente a hacer un diagnóstico improvisado de la Salud Mental. Que la exploración de sus causas permita, al menos, entrever la gravedad del cuadro. Advertencia del paisaje grotesco: como el anatomopatólogo que tiene que tratar con vísceras, heces y fluidos asquerosos, intentaré dar luz, pero sin anestesia.


Diagnóstico estructural


Tras muchos años de lecturas, conversaciones y reflexiones en torno a esta cuestión, quedan por resolver tres misterios fundamentales:


  1. ¿Cómo es posible que el profesional acabe siendo un juguete roto, un engranaje más, y que no lo vea?

  2. ¿Cómo se las arregla la gente de a pie para sobrellevar su sufrimiento, sumado al que nosotros le infligimos —activa y pasivamente—?

  3. ¿Puede salvarse de la Medicina el cuerpo técnico, arrancándolo de la lógica tecno-estatal?



Por lo demás, ya no me quedan demasiadas dudas: si pudiéramos —y quisiéramos— hacer un balance honesto entre lo que ayudamos y los efectos secundarios de nuestra mera presencia, de nuestras promesas (hablar de “intervenciones” es excesivamente optimista), comprenderíamos que lo mejor sería, en ocasiones, desaparecer.


El colapso sostenido en Salud Mental —ojalá pudiera hablarse de crisis; de una crisis uno no sale, o sale renovado— se mantiene y se explica por un entramado orquestado de fenómenos perfectamente identificables:


  • El sistema institucional, tanto en su versión pública como privada, que transforma la gestión del sufrimiento en un problema técnico, saturado de burocracia, cinismo y violencia simbólica.

  • El marco disciplinario, donde la psicología clínica y la psiquiatría funcionan más como refugios identitarios que como herramientas vivas de intervención.

  • La figura del profesional domesticado, desubicado en tiempo y espacio, formado no para pensar por sí mismo, sino para obedecer metodologías; adiestrado en la forma, incapaz del fondo.

  • La figura del erudito clínico, que habla desde fuera del marco asistencial, propone reformas sin contacto con la práctica real y refuerza la distancia entre discurso e intervención. Eruditos en la niebla.

  • La falsa politización del sufrimiento, que en vez de devolver el dolor a la esfera común lo captura como nueva mercancía discursiva dentro de las propias disciplinas clínicas.


Estos son los cimientos —no las grietas— de nuestras ruinas. Y si aún parecen invisibles, es porque todos, en mayor o menor medida, hemos aprendido a habitarlas y a sobrevivir en ellas.


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