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Reflexiones sobre Ética y Economía

En los orígenes y desarrollo de toda ciencia pueden observarse tensiones acerca de qué estudia (objeto de conocimiento) y cómo lo abarca (método de conocimiento), y esta delimitación beneficia el progreso acumulativo de saber en esa nueva disciplina. Podría decirse que la división del trabajo en ciencia es anterior a Adam Smith. No obstante, y también desde su misma inauguración, se crean las condiciones que generarán, tarde o temprano, conflictos internos que habrán de resolverse volviendo al origen de la propia definición cargados en el viaje de vuelta de alguna herramienta intelectual extra.


Las ciencias sociales, además de en la definición de objeto y método, se asientan en una concepción del ser humano, y de su explicitación también dependerá que se eviten fricciones innecesarias e improductivas. Por ejemplo, si la Ciencia Económica moderna define la naturaleza humana como aquella que <<busca siempre el máximo beneficio propio>> (Yezer, Goldfarb & Poppen, 1996) está asentándose peligrosamente en una afirmación problemática. Pero no es problemática por apuntar a una naturaleza malévola del ser humano -bien podría ser cierta-, sino porque podría ser simplemente errónea o incompleta, especialmente cuando ese “beneficio propio” deriva, ya sea en pluma propia o ajena, en “egoísmo” o “codicia” (Kreps, 1997). Asimismo, en su proceso de formación ve necesario diferenciarse de sus hermanas, y se plantea qué le es propio y qué debe coger prestado de estas: Antropología, Sociología, Historia, Psicología, Política, Ética, etc.


Una vez introducida la cuestión me propongo hacer un breve repaso a la relación histórica entre la Economía y su relación con los valores morales, y sondear las posibles derivas de la siguiente cuestión: ¿debe la Economía ocuparse del debe ser (enfoque normativo), además del es (enfoque positivo)?



Ética y Economía: historia de una relación


¿Puede la Ciencia Económica caminar sin la compañía de la Ética? ¿Qué forma debería tener esa unión? ¿Cómo se conjugaron históricamente estas dos áreas? ¿Qué motivos esgrimen aquellos que denuncian su peligroso distanciamiento actual?


En la obra de Aristóteles (Ética a Nicómaco y Política) los asuntos económicos formaban parte de un marco más amplio donde se integraban con la Ética y la Política, y esta tuvo un gran impacto en la tradición escolástica del medievo. La ética de la virtud aristotélica y los valores de la religión cristiana eran la matriz desde la cual se analizaba la economía. El mercantilismo, con su interés en influir las políticas estatales sin anclaje en aquella matriz, sirvió de bisagra histórica para lo que sería el nacimiento definitivo de la Ciencia Económica por Adam Smith (La riqueza de las naciones y Teoría de los sentimientos morales) (Alvey, 2000).


Con la publicación de su obra más conocida, Smith estableció los cimientos para el desarrollo ulterior de lo que ahora llamamos Ciencia Económica moderna, aquella que no sólo aspira a describir, explicar y predecir en materia económica, sino que lo hace abrazando el método científico. Como ya sucediera con Maquiavelo y la Ciencia Política, y como es natural en las primeras tentativas de toda actividad humana, su ejercicio no fue del todo riguroso, y no pudo evitar introducir en su análisis una plétora de asunciones políticas y éticas, a menudo íntimamente imbricadas: i) virtudes como humanismo, prudencia, benevolencia, frugalidad; ii) ideales políticos explícitos de libertad, progreso y justicia. Su política económica partía de esta matriz, ahora secular, de valores, y por eso se reivindica su figura como ejemplo de economista moral. Sería David Ricardo con su Principios de Economía Política y Tributación quien despojaría definitivamente de tintes éticos cualquier estudio científico económico.


Si en Ricardo el es y del debe ser quedaban netamente diferenciados, en John Stuart Mill se vislumbra una nueva problemática intermedia: la vertiente aplicada que se desgaja necesariamente de cualquier ciencia (básica). Es por esto que Mill también es prueba de que no es tarea fácil desligar estas dos naturalezas del conocer: saber por saber y saber con valor práctico (Bunge, 2012). No puede sorprender que asumiera la metodología ricardiana al mismo tiempo que postulaba su principio utilitarista basado en una concepción racionalista del ser humano. Lo que a priori parece contradicción se vuelve fructífero si se comprende que estos principios no sólo no dimanan de su asunción metodológica, sino que son escrutables por esta última: podía estar perfectamente acertado en lo metodológico y errado en sus principios (utilitarismo y racionalidad humana).


El desarrollo de las ciencias toma habitualmente como referencia, cual criterio de calidad, a las ciencias naturales, y la pulsión de reconocimiento y prestigio social -en nombre de la disciplina, pero con raíces personales- empuja al científico a ondear la bandera de la exactitud, la matemática y la mecanización. Para ello, tampoco duda en emplear metáforas bélicas para pugnar y diferenciarse de sus ciencias hermanas. Este fenómeno, histórico y universal, también se dará en Economía (ex-Economía Política) de la mano de William Stanley Jevons (La Teoría de la Economía -Política-; se caería este último término a partir de su segunda edición).


El reino de los medios (Economía) y el reino de los valores (Ética) parecían bien delimitados por la muralla de Jevons, apuntalada sobre la tecnificación y la cientificidad, pero cuando se confunde el método con el contenido, el péndulo inevitablemente aparece pronto del otro extremo. Ante la deshumanización de la ciencia económica —ahora en minúscula— se reaccionó mediante un retorno al punto de partida; es necesario incluir, de nuevo, la dimensión ética, dirán y dicen. La cuestión primordial, también de nuevo, es ¿qué Ética? Y es que un breve repaso por estas críticas desde la vertiente normativa (Ansa Eceiza, 2003; Guzmán Cuevas, 2006), que abogan por incluir ese necesario papel de la Ética, muestran justamente el inconveniente de hacerlo, y recuerdan de nuevos los motivos que empujaron a aquellos autores a edificar murallas.


¿Es necesaria su reconciliación?


¿Cuáles son los argumentos típicos para defender el retorno a la Economía como ciencia moral? El bien común, la justicia social, lo ético (como sinónimo de bien, sin previa definición), argumentos historicistas (en origen estaban unidas; como hemos comentado se apela al mismo Smith), alejamiento de lo social, negación o ignorancia de valores espirituales, asocian método científico con positivismo y con postulados que le son ajenos (<<value-free science, which is based on the “fact” that humans behave in a rationally self-interested manner >>; Alvey, 2000), etc. Estos elementos esgrimidos denotan una reacción visceral ante los elementos de la actualidad que se desprecian -consumismo, polución, externalidades- y los excesos (y equivocaciones) de los mal llamados positivistas —cuantitativismo, actitud aséptica y fría—. Si uno tuviese la posibilidad de repreguntar un simple ¿por qué esos valores y no otros?, probaría que no es menester de la Economía responder y justificar racionalmente esa cuestión; el reino de los fines es la Política, de los valores, la Ética. Y ya nada puede decir una persona, con sombrero de economista, sobre si se puede hallar racionalmente una jerarquía absoluta y universal de valores éticos.


Un tratamiento especial merece el argumento de Amartya Sen (On Ethics and Economics; Sen, 1999): la Economía, así como la Política, son necesariamente éticas porque la influencia sobre la conducta humana también lo es. Aquí hay que retomar lo antes expuesto sobre la vertiente aplicada de cualquier rama del conocimiento: nunca está libre de implicaciones morales. No obstante, considero importante subrayar la importancia de diferenciar lo siguiente: el que una determinada política económica tenga dilemas éticos implícitos no justifica que esta tenga que estar guiada por cuestiones éticas que supuestamente derivan del mismo saber económico. De la misma forma, no admitimos que el objetor de conciencia, negándose a practicar el aborto o la eutanasia, justifique su decisión por razones médicas. Justamente como una política económica influye en, potencialmente, millones de personas, sólo se justificaría que fuese un asunto puramente económico (en su vertiente normativa) si desde su núcleo como ciencia básica pudiese probar racionalmente que esa influencia, esa política, es mejor que cualquier otra. Cosa que no se da.


Retomando el péndulo irracional, el cual es animado por la negligencia histórica, la insuficiente explicitación ética y la escasa formación en Epistemología, podemos decir que la mentada reacción visceral puede explicarse ciertamente por los diferentes valores morales de los propios científicos (por ejemplo, puede ser ofensivo que no se tenga en cuenta la justicia social). De nuevo hay que insistir; nadie podrá encontrar en la Economía herramienta alguna para librarse de tal atolladero. Si el valor justicia social ha de tenerse en cuenta en el estudio económico dependerá de si es relevante para los agentes económicos, no del deseo arbitrario del investigador de turno. La ironía se da cuando los mismos que señalan deberías y tergiversan la ciencia, acusan a la misma de no ser neutra. Muy a menudo se atribuye a la ciencia los pecados de los que uno no se percata.


No obstante, ¿dónde sí cabe, en mi opinión, la inclusión de la dimensión ética? En orden de caracterizar el análisis económico ha de tenerse en cuenta los valores de los seres humanos, y es perfectamente realizable desde la vertiente positiva. Para ello, la Economía, como ya ha comenzado a hacer en las últimas décadas, debe asociarse con la ciencia experta en el estudio de la conducta humana: la Psicología. De esta manera la moralidad no ensucia la neutralidad científica, sino que es subsumida a esta. Permítanme resumirlo y esquematizarlo de esta manera:


Economía como Ciencia Moral (vertiente normativa)

“Como X es el valor deseable, la intervención económica necesaria a implementar es Y”


Economía teniendo en cuenta la dimensión moral (vertiente positiva)

Microeconomía

“Para cualquier persona que valore X en un momento dado, dadas las circunstancias Y, la mejor manera para conseguirlo es Z”

Macroeconomía

“Dado que la gente suele conducirse tal que X, la organización económica que maximiza el beneficio del grupo Y (función agregada de deseos de Y; no necesariamente pecuniarios) es Z”


En el primer ejemplo es fácilmente reconocible aquel que antepone valores (propios) a la intervención económica, sin vincularlos a ningún agente económico y sin justificarlos racionalmente. En el segundo se tiene en cuenta la subjetividad del agente desde la misma vertiente positiva, y los valores descritos no son ya deberías, sino son. Por consiguiente, es equívoco asociar normatividad y subjetividad. Véase también que es ciertamente inevitable cierto utilitarismo, que este es compatible con ampliar “beneficio propio” con “beneficio propio, incluido el interés por los demás” y que la vertiente positiva permite concebir (describir) al ser humano como parcialmente irracional.



Alvey, J. E. (2000). An introduction to economics as a moral science. International Journal of Social Economics, 27(12), 1231-1252. https://doi.org/10.1108/03068290010353208

Ansa Eceiza, M. M. (2003). Etica y economía. Lan Harremanak. Revista De Relaciones Laborales, (9), 17-40

Bunge, M. (2012). Filosofía para médicos. Editorial Gedisa.

Guzman Cuevas, J. (2006). Tres visiones éticas de la economía: Galbraith, Drucker y Ghoshal. Revista De Economía Mundial, 15(15), 281

Kreps, D. M. (1997). Economics—the current position. Daedalus, 1(126), 59-85

Sen, A. (1999). On ethics and economics. Oxford University Press.

Yezer, A. M., Goldfarb, R. S. and Poppen, P.J. (1996). ¿Does studying economics discourage cooperation? Watch what we do, not what we say or how we play”, Journal of Economic Perspectives, 1(10), 177-86.

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