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Sistemismo, Filosofía y Política


Sistemismo Filosofía y Política
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1. Introducción.


La idea de sistema ha acabado siendo un lugar común, así entre pensadores como en el vulgo. No obstante, es difícil encontrar entre sus usufructuarios una articulación explícita del sistemismo del que se sirven para sus análisis filosóficos o científicos. David Easton, con sus The Political System y A framework for Political Analysis, proporcionó a la Ciencia Política un acceso a este tipo de análisis, a esta cosmovisión que es la filosofía inaugurada por otros autores como Ervin Laszlo[1] o Ludwig von Bertalanffy[2].


En este trabajo nos proponemos exponer y analizar críticamente la noción de sistema político de Easton, para lo cual nos serviremos de una sistémica, creemos, ontológicamente más fundamentada como es la de Mario Bunge[3]. Del planteamiento del canadiense salvamos una propiedad básica de todo sistema, y la vinculamos con la voluntad de poder nietzscheano y la de poder de Bertrand de Jouvenel. Por último, procuramos hacer evidente la potencia analítica del sistemismo postulando que supone la conciliación necesaria en la dicotomía política que ha presidido la historia de la disciplina: el holismo totalizante, apoyado en un organicismo naíf, versus el atomismo individualista, representado por ciertas líneas de pensamiento liberales y democráticas.



2. El enfoque sistémico de David Easton.


Los supuestos subyacentes del pensamiento sistémico de Easton pueden encontrarse en su participación en el grupo interdesdisciplinario de la Universidad de Chicago, el conocido como Comité de Ciencias de la Conducta, compuesto, entre otros perfiles, por médicos, neurofisiólogos, psicólogos, físicos, antropólogos. Los debates allí celebrados le llevaron a plantearse este pensamiento germinal:


Las perspectivas de un análisis sistémico sirven para unir todas las ciencias, naturales y sociales, hacen posible y provechosa la comunicación entre ellas y originan problemas comunes que el examen interdisciplinario puede ayudar a resolver[4].


Este anhelo de integración interdisciplinar era asimismo una de las características comunes del credo conductista[5]. La Política miraba con recelo a las ciencias de núcleo duro como la psicología, la sociología y la antropología, y aspiraba a su propia cientificidad. No obstante, toda integración precisa de una base común, y entre las unidades de análisis disponibles en otras corrientes de pensamiento (acción —Parsons, Weber—, decisión, funciones —Merton—) se escogió el suelo fértil del de sistemas (Radcliffe-Brown[6]; von Bertalanffy). La teoría conductista, en definitiva, espoleó el interés por introducir la ciencia empírica en la Ciencia Política, estimó necesario constituir una base común que sirviera de integración entre todas las ciencias y la búsqueda de unidades estables de la conducta humana para el análisis político.


El resultado de esta experiencia, como decíamos, fue concebir lo político como sistema, y tuvo en David Easton su mayor exponente contemporáneo[7]. En aras de poder establecer las bondades y limitaciones de dicha aplicación sistémica a la Ciencia política, resumimos a continuación los elementos fundamentales del su sistemismo sui generis —palabras del propio autor—:


  1. Cree útil concebir lo político como sistema, y más concretamente como sistema conductual. Da por hecho la existencia de sistemas empíricos y sistemas simbólicos, y le interesa esclarecer los fenómenos o mecanismos que permiten la persistencia de un sistema (político) en un mundo de estabilidad y cambio. Aun cuando parece que su teoría de verdad se ajusta al de correspondencia[8] al apoyar los sistemas simbólicos en los empíricos[9], finalmente todo su enfoque sistémico se apoya en su valor pragmático.

  2. Se decanta por conceptualizar los sistemas políticos como sistemas constructivos, en lugar de sistemas naturales, por los siguientes motivos: i) evitar toda discusión posible acerca de si el objeto es o no realmente un sistema; ii) otorgar flexibilidad a la hora determinar lo que es o no un sistema relevante. Estas conclusiones derivan de la propia concepción sobre sistema: «Los conceptos no son nunca verdaderos ni falsos, son solo más o menos útiles»[10]. Esto le excusa de determinar exactamente si un sistema es o no un agregado de cosas aisladas, esto es, no define sistema.

  3. Observa un inevitable solapamiento entre todo tipo de relaciones de naturaleza diversa (política, económica, de roles, etc.) y se decanta de nuevo por concebirlas como sistemas analíticos (abstracción de las relaciones entre individuos), más que como sistemas de miembros. Aunque se anuncia en la misma obra, no acabamos de saber cómo se derivan esos sistemas teoréticos de la conducta observable.

  4. Frente al análisis político tradicional que hace hincapié en las estructuras (legislaturas, poderes ejecutivos, partidos, organizaciones administrativas) Easton prima el análisis de procesos, y define la esencia de lo político como la asignación autoritaria de valores para una sociedad. Su distinción entre sistemas políticos y sistemas parapolíticos le permite distinguir la repercusión de esas asignaciones, aplicándose al conjunto de la sociedad en los políticos y a nivel intragrupo en los parapolíticos.

  5. Para distinguir los sistemas políticos de otros sistemas sociales se sirve, de nuevo con fines pragmáticos, de la noción de límite, herramienta conceptual arbitraria que impone el propio investigador: «Desde el punto de vista conceptual, un límite es algo totalmente diferente de su posible representación física. Una línea demarcatoria constituye más bien un símbolo o corporización espacial de los criterios de inclusión y exclusión con respecto a un sistema».

  6. Tras la aplicación de ese límite se entiende a todo sistema en interacción bidireccional con su(s) ambiente(s). El sistema recibiría influencias (insumos, inputs) del exterior —fuentes de tensión externa como cambios económicos o sociales— al mismo tiempo que este actúa retroalimentando sobre el ambiente (outputs) —decisiones tomadas por las autoridades como reacción, por ejemplo—. Esta simplificación, modelado, de la realidad política, permite finalmente resolver la cuestión que impele toda su investigación, el problema de la persistencia: todo sistema, inmerso en un medio, tiene una capacidad de adaptación, que le permite salvaguardar las funciones básicas del propio sistema.


El sistemismo primitivo de Easton, como aproximación al tratamiento de lo político, es paradigma de los problemas que surgen de establecer un marco sistémico sin una fundamentación ontológica y epistémica que la respalde. Por ahora analizaremos algunas de sus deficiencias, y salvaremos posteriormente la noción más trascendental de su pensamiento, aquella que apunta a la esencia de lo político como asignación autoritaria de valores para una sociedad.


Comenzaremos diciendo que supone una mala premisa buscar la cientificidad de una disciplina sin fundamentar la naturaleza del objeto del que se ocupa. Este error se ha ido multiplicando desde la propia división (científica) de saberes, y no ha escapado a ningún área de conocimiento. No puede sorprendernos que el origen distal de toda área científica se parezca más a un análisis histórico de los vericuetos producidos entre organizaciones de todo tipo por izar la bandera del color preferido que un análisis de los fundamentos de la misma[11] [12] [13] [14]. Como en tantos otros campos, especialmente en las ciencias sociales, encontramos en la misma definición de Ciencia o Filosofía Políticas el obstáculo principal que altera los ulteriores niveles de análisis. Sea lo que fuera el análisis filosófico o científico, de lo que estamos seguros es que no debiera obedecer a inseguridades profesionales o luchas inter-cátedra. Intentaremos enmendar esta deficiencia en la última parte de este ensayo, por ahora prosigamos el análisis de los inconvenientes del esquema seguido por Easton.


El segundo defecto más importante lo encontramos en la noción pragmática de todo su sistemismo. Aquí, entendemos por sistema un mero artilugio intelectual para el análisis, disección, de la naturaleza de lo político. Los argumentos dados para decantarse por definir un sistema político como sistema constructivo y analítico en lugar de como natural o sistema de miembros no sólo son insuficientes —en ocasiones inexistentes— (puntos 2 y 3 de nuestra exposición), sino que pueden verse como una evitación a las consecuencias indeseadas de sus alternativas. Abstraer las relaciones entre individuos y llamarle sistemas puede ser útil, pero cualquier pensador crítico querrá saber si además de útil es válido. Al llegar a la encrucijada problemática de albergar la existencia de sistemas concretos y naturales (el ser humano), que a su vez son capaces de modelar simbólicamente otros sistemas (biofísicos, conceptuales, etc.), el autor decide jugar la carta de la utilidad metodológica.


El paroxismo definitivo de todo ese pragmatismo ingenuo es el negarse a esclarecer si definitivamente es o no es un sistema político, definiéndolo como cualquier conjunto de variables, independientemente del grado de relación existente entre ellas: «Si preferimos esta definición es porque nos exime de la necesidad de dirimir si un sistema político es realmente un sistema»[15]. Tener como guía lo ventajoso, lo conveniente, conduce irremediablemente al error[16]; sólo tiene como resultado el postergar lo problemático, esto es, lo interesante.


De igual forma, consideramos como otro error fundamental en el sistemismo de Easton la simplificación precipitada de contemplar el sistema político como constructivo. Esto le impide ver la posibilidad de la complejidad real, aquella que suponemos en este ensayo: el sistema político es al mismo tiempo conceptual y concreto; conceptual en cuanto nos los representamos, lo modelamos, y concreto al componerse de personas, sistemas biofísicos con capacidad de sistematizar al mismo tiempo dichos sistemas políticos y ser influidos por los mismos.


Por lo dicho hasta ahora establecemos que los sistemas políticos están ligados irremediablemente a la naturaleza misma del ser humano: un sistema político no puede ser un mero sistema analítico, conceptual. Resulta evidente cual es el peligro de una postura cercana al idealismo puro, especialmente en el que se señala la supuesta base empírica sin esclarecer las vías por las que se modificará ese conglomerado conceptual: si todo sistema político es constructivo, una abstracción de relaciones, ¿cómo asegurarse de que este se corresponde con la realidad política? Si se responde que esta correspondencia se comprueba mediante la modificación de la misma realidad política, tendremos que reconocer a la postre que un sistema político es ciertamente concreto, esto es, natural (en la terminología del propio Easton).


Resulta paradójico que la noción más interesante de David Easton sea aquella que justamente no se deriva de su sistemismo, esto es, la asignación autoritaria de valores en una sociedad. Esta se define más que una propiedad de todo sistema político, como un proceso básico, extraído de un análisis histórico y actual —sincrónico y diacrónico— de la vida política. La paradoja se desvanece cuando se comprende que el análisis sistémico no es tal, no es una herramienta para la disección, es una descripción aproximada de la realidad, y por ello son compatibles con estos varios métodos gnoseológicos —descripción fenomenológica, experimentalismo, historiografía, etcétera—[17]. Veremos en la siguiente sección la potencia desaprovechada de la teoría de sistemas por parte de Easton analizando precisamente su idea germinal de asignación autoritaria.


3. Definición de sistema político desde un sistemismo complejo.


Es preciso actualizar a Easton para ver la versatilidad del sistemismo en su aplicación en Filosofía Política, y en cualquier otra área del conocimiento. Aquí optamos por un sistemismo en su doble vertiente, como filosofía de sistemas y como ciencia de sistemas. Esta preferencia deriva de la hipótesis por la cual pensamos que el concepto de sistema se refiere tanto a una posible descripción de la naturaleza como a un conjunto de metodologías que nos permite, todo aquello que nos es permitido al ser humano[18], penetrar en su conocimiento. Dicha actualización la hacemos apoyándonos en algunas de las características de la cosmovisión sistémica de Mario Bunge en su Ontología II: Un mundo de sistemas, aclarando que no nos obliga a comprometernos por entero con su filosofía[19]:


  • La sistémica es un conjunto de teorías que se ocupan centralmente de las características estructurales de los sistemas y que, en consecuencia, pueden atravesar las barreras, en gran medida artificiales, erigidas entre disciplinas[20].

  • Existen algunos conceptos y principios estructurales que parecen tener validez para los sistemas de diferentes clases.

  • Un sistema es un objeto complejo cuyos componentes están interrelacionados en lugar de aislados (versus los agregados).

  • Todo sistema posee composición, entorno y estructura:

Composición. Conjunto de partes que tienen capacidad para establecer relaciones entre ellas —aquí se tiene en cuenta la naturaleza misma de las partes, pues un sistema social, por ejemplo, lo forman animales, no cerebros—. Estas relaciones pueden ser de conexión o vinculación.

Entorno. Conjunto de cosas que no pertenecen a la composición y que actúan o nos actuadas sobre la composición.

Estructura. Conjunto de todas las relaciones que mantienen entre sí los componentes de la composición, y la de estos con el entorno. Se diferencia la estructura sistémica (cuando hay vinculación) de la estructura espacial (configuración); los agregados pueden tener estructura espacial, pero no sistémica.

  • El conocimiento exhaustivo de un sistema implica saber su: i) composición, entorno y estructura; ii) historia y iii) leyes.

  • Un subsistema es un componente de un sistema que es a su vez un sistema. La relación de orden entre subsistemas es reflexiva, asimétrica y transitiva, formando sistemas anidados.

  • Niveles y jerarquía. Las cosas de un nivel dado se componen por cosas pertenecientes por los niveles inferiores: biosferas, ecosistemas, poblaciones, organismos, células, orgánulos, moléculas, átomos, partículas elementales.

Un nivel no es una cosa sino un conjunto, es decir, un concepto. Los niveles no actúan unos sobre otros: «En particular, los niveles superiores no pueden mandar –ni siquiera obedecer– a los inferiores. Todo discurso acerca de la acción entre niveles es elíptico o metafórico, no literal».

Es un error llamar jerarquía a una estructura de niveles, porque el orden de niveles no es una relación de predominio.

  • Los sistemas reciben entradas y son selectivos (admiten un pequeño subconjunto de la totalidad de las acciones que les llegan), y estos responden a su entorno (su salida nunca es nula). En todo sistema libre hay actividad espontánea, no producida por entrada alguna.

  • Todo proceso por el cual se forma un sistema a partir de sus componentes se llama ensamblaje y si el proceso es espontáneo se llama autoensamblaje. Los procesos de ensamblaje pueden ser naturales o artificiales, y estos últimos pueden ser, a su vez, experimentales (o de laboratorio) o industriales.

Todo proceso de ensamblaje conlleva la emergencia de ciertas propiedades y la pérdida de otras.

  • Todos los sistemas están expuestos a la selección ambiental. Entornos diferentes pueden ejercer presiones selectivas diferentes sobre la misma población de sistemas.


Las diferencias respecto la cosmovisión sistémica de Easton saltan a la vista. Aquella no se apoyaba en ontología alguna (o esta era implícita, que es más grave), y no era tan rigurosa en las definiciones. En Bunge podemos discutir abiertamente, cuerpo a cuerpo, con sus ideas, y llegar a sus fundamentos explicitados. Como diría Gustavo Bueno «Es una insensatez pensar sin sistema. Pensar sin sistema es delirar»[21]. Este manojo de ideas permite pensar sobre cualquier área o nivel, y no sustituye al método científico, sino que lo supone. La arena neutral que nos ofrece la sistémica no está al servicio de ideas preconcebidas, como la de la existencia (o no) de sistemas políticos, sino que justamente los hace potencialmente prescindibles.


No nos ha sido satisfactoria la no-definición de sistema político de Easton, tampoco su reducción a sistema conductual. Tomaremos como alternativa el marco sistémico de Bunge y modificaremos su propia definición de sistema político añadiendo algunos elementos utilizados para explicar el poder desde la Ciencia Política: un sistema político es un subsistema de la sociedad que interviene[22] en la regulación coactiva[23] del conflicto social, y lo compone todo aquel individuo capaz de tomar parte de ese proceso (actores o miembros activos) —Bunge llama al resto políticamente marginales o pasivos—. Esta regulación, como sabemos, puede tener forma arbitraria o establecerse mediante normas (ciencia jurídica, códigos deontológicos, normas de conducta, etcétera), pero es evidente que este esquema puede aplicarse a todo tipo de grupos con un mínimo de organización. Por lo tanto, los sistemas políticos no se limitan a lo estatal o gubernamental: todo será político en cuanto hayan involucradas relaciones de esa naturaleza. Encontramos poco sentido en diferenciar entre sistemas políticos y parapolíticos (punto d), háblese si se quiere de formas estatales; lo político no cambia de naturaleza por cuestión de número: todo sistema sería parapolítico si el criterio establecido es que la coacción se limita al interior del sistema.


4. La esencia de todo sistema: voluntad de poder.


Avanzábamos más arriba lo interesante de la conclusión de Easton respecto concebir lo político como la asignación autoritaria de valores en una sociedad[24]. Comprobamos que se asemeja a nuestra propuesta de definición, pero afirmamos que esta apunta a una propiedad más general, incluso esencial, de cualquier de sistema, y no al sistema político en particular. La inquietud de Easton por revelar los procesos básicos por los que un sistema (político) puede persistir en un mundo de cambio no queda resuelta, pues lo más que se ha hecho es describir algunos mecanismos por los que se lleva a cabo ese intento de perseverar, pero no la razón por la que nada quisiera persistir. Es aquí donde nociones aparentemente retóricas como la voluntad de poder[25] cobran todo su sentido, pues la abstracción última de todo sistema parece encajar con cierto sentido de querer imponerse sobre su ambiente. Otros conceptos relacionados con esta raison d'être son progreso, supervivencia, selección natural, hormesis, etcétera. No importa demasiado si unos ven en estos fenómenos proyectos teleonómicos[26] o procesos aleatorios orientados por selección natural[27], la cuestión aquí importante es la de que esa voluntad de poder es fácilmente extrapolable a toda organización (al menos biofísica) desde una cosmovisión sistémica.


El cuerpo es una gran razón, una pluralidad con un único sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor.

También tu pequeña razón, a la que llamas «espíritu», es obra del cuerpo, hermano mío, un pequeño instrumento y un pequeño juguete de tu gran razón.

(…) Hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría. ¿Y quién sabe para qué necesita tu cuerpo precisamente tu mejor sabiduría?[28]


Veamos una aplicación fascinante en política de esta propiedad esencial. Bertrand de Jouvenel, en su Du Pouvoir, hace gala de pensamiento sistémico de alto nivel cuando analiza las causas y los medios por los que el Poder se ha expandido: «Camino de servidumbre trata de la expansión del Estado; Du Pouvoir de lo que verdaderamente le hace expansionarse. Se podría decir que aquél es un estudio fenomenológico de la estatalidad; el de Jouvenel un estudio ontológico»[29]. La tesis fundamental del politólogo francés sería que la esencia del Poder habría encontrado en el Estado al receptáculo más eficaz (hasta ahora) para preservarse a sí mismo, y lo que un análisis histórico dejaría entrever son las distintas probaturas, formas, halladas por este Poder en un sucesión compleja y dinámica de estructuras y relaciones[30].

El mérito del sistemismo de De Jouvenel es que trata al mismo tiempo la autonomía abstracta y aparente de la historia del Poder con lo que la hace posible, esto es, la voluntad de los subsistemas de la sociedad (esto es, las personas). Asimismo, se revuelve contra el organicismo naíf por ser un sistemismo incompleto, esto es, un holismo con carácter totalitario[31]. Entender los sistemas políticos como analíticos impidió a Easton, como decíamos, mantenerse en la brecha entre la abstracción infructuosa y el encarnamiento de todos estos fenómenos.

Hoy como siempre, el Poder lo ejerce un puñado de hombres que controlan la sala de máquinas[32].

Se distingue en él [el Poder] tres propiedades indiscutibles: fuerza, legitimidad y beneficencia; pero, a medida que se intenta aislaras, como cuerpos químicos, sus propiedades se escapan, porque estas cualidades no tienen existencia en sí y sólo la toman de la mente humana. Lo que efectivamente existe es la creencia humana en la legitimidad del Poder, la esperanza en su capacidad bienhechora, el sentimiento que tiene de su fuerza[33].


5. Sistemismo: entre el organicismo y el individualismo.


Compartimos la aversión al organicismo de De Jouvenel y elevamos la apuesta: creemos que un sistemismo bien fundamentado puede ofrecer una solución a la gran dicotomía que ha presidido toda la historia del pensamiento político: organicismo (holismo[34]) versus individualismo (atomismo[35]).

Mientras el organicismo considera al Estado como un cuerpo en grande compuesto por partes que concurren cada una de acuerdo con su propio sentido y en relación de interdependencia con todas las demás, para la vida del todo, y por tanto no concede ninguna autonomía a los individuos uti singuli, el individualismo considera al Estado como un conjunto de individuos, como el resultado de su actividad y de las relaciones que establecen entre ellos[36].


El problema, en efecto, del organicismo es que se apoya en una analogía incompleta entre el cuerpo humano y el cuerpo político, es decir, es insuficientemente organicista. En primer lugar, no tiene en cuenta los diferentes grados de integración y coordinación interna de cada sistema, y las diferencias entre estas propiedades entre un organismo vivo y un organismo social. En segundo lugar, hace hincapié en una primacía de la totalidad respecto las partes, postulando que aquella actúa sobre estas, siendo la totalidad independiente de sus componentes. Esta concepción descendente (arriba-abajo) es problemática en cuanto no parece cumplirse en ninguno de los sistemas vivos conocidos; parecen existir únicamente acciones entre algunos componentes y propiedades emergentes. El único fenómeno que parece seguir este esquema es el de la conciencia y la voluntad humanas. Llegamos de nuevo a una de las intersecciones de mayor interés: la resolución de un problema adscrito tradicionalmente la Filosofía de la mente es, literalmente (ya no por analogía), la resolución de un problema de Filosofía Política.


Pensamos que todos los enfoques sospechosos de racionalización y la planificación políticas nacen, además del rechazo al organicismo ingenuo, del contacto con las evidencias respecto de la naturaleza humana, a saber:


i. Nuestras decisiones aparentemente racionales y de carácter moral tienen un origen heurístico, irracional y adaptativo (Gerd Gigerenzer[37]; David Eagleman[38]).

ii. Una serie de limitaciones cognitivas impiden al ser humano tanto predecir ciertos fenómenos sociales como reconocer dichas limitaciones (falacia narrativa, dependencia de ámbito, ignorancia de la naturaleza de los sistemas complejos, etc.) (Nassim Taleb[39]).

iii. Nuestras tradiciones morales no son producto de ningún tipo de razonamiento, y por eso mismo, superan su capacidad. No es posible construir a voluntad un sistema moral y justificarlo racionalmente; el conjunto de tradiciones es más sabio que nosotros (Friedrich Nietzsche, Friedrich Hayek[40], Jonathan Haidt).

iv. El optimismo del racionalista político hunde sus raíces en su desprecio por el conocimiento técnico y práctico (tradicional) (Michael Oakeshott[41]).


En resumen, el racionalista político: i)no puede admitir preferencias que no se ajusten a su razón; ii) no reconoce cambio legítimo más que aquel que no sea conscientemente inducido; iii) su optimismo técnico topa con lo que ignora, con lo que no ve[42], y que se resume en procesos irracionales, ocultos e impredecibles; iv) asimila la política a la ingeniería y v) espera que el aparato político ocupe el lugar de la educación moral.

Por último, el atomismo, que se adhiere a la tesis de que la totalidad está contenida ya en sus partes y los niveles no son más que categorías metodológicas convenientes, niega la emergencia de ningún tipo y a menudo se compromete con un reduccionismo fuerte. Esta doctrina omite que ciertas totalidades, los sistemas, tienen propiedades colectivas (sistémicas), de las cuales sus componentes carecen[43]. El sistemismo salva algunas de las verdades que contiene el holismo y corrige al atomismo en su error ontológico.


6. Conclusiones.


Concluyamos recopilando lo que se ha analizado en este ensayo. Hemos visto cómo el enfoque sistémico de David Easton es insuficiente en cuanto no se fundamenta en una ontología convincente ni explícita. En cambio, hemos recogido la propiedad básica de dicho autor y la hemos extrapolado a todo sistema por medio de la noción de voluntad de poder nietzscheano, la de Poder de Jouvenel y a una sistémica mucho más rigurosa y completa como es la de Mario Bunge.


Por último, al analizar la dicotomía holismo-atomismo, hemos establecido el sistemismo como la cosmovisión que permite salvar las limitaciones de sendas doctrinas, ya que el análisis sistémico nos advierte que para explicar el comportamiento social necesitamos todo el conocimiento que tenemos sobre el individuo, utilizar microleyes (psicológicas) y macroleyes (sociales), distinguir niveles de análisis (sistemas anidados) y abarcar todo el conjunto al unísono. Todo anhelo por asentar una disciplina por vía de la cientificidad es incompatible con esta cosmovisión y entorpece la exploración de las cuestiones más fascinantes, esto es, los intersticios de las disciplinas artificialmente establecidas.


Podrán no saberlo, pero el médico y el politólogo están pensando e interviniendo sobre fenómenos muy similares. No es casualidad que los grandes filósofos políticos fueran grandes psicólogos. Encontramos en la República de Platón o en El contrato social de Rousseau grandes descripciones de instancias intrapersonales y sus relaciones dinámicas; pueden declararse con toda justicia tratados sobre naturaleza humana. Las nociones modernas de cibernética, autopoiesis, hormesis, iatrogenia (nocebo/placebo), autoorganización, homeostasis, sistemas complejos le son tan propias al biólogo como al sociólogo.


El experto en sistémica es un todoterreno, casi un filósofo o un filósofo con todas las de la ley[44].

[1] Ervin Laszlo, Introducción a la filosofía de sistemas: hacia un nuevo paradigma del pensamiento contemporáneo, Editores de ciencia Gordon & Breach, 1972. [2] Ludwig von Bertalanffy, Teoría General de los Sistemas, Fondo de Cultura Económica, 1989. [3] Mario Bunge, Ontología II: Un mundo de sistemas, Gedisa Editorial, 2012. [4] David Easton, Esquema para el análisis político, Amorrortu editores, 1999, p. 13. [5] Robert Dahl, El método conductista en la Ciencia Política, Revista de Estudios Políticos, 1954, 134, pp. 85-109. [6] A. R. Radcliffe-Brown, A Natural Science of Society, The Free Press, 1957. [7] Encontramos en Thomas Hobbes uno de los primeros usos del concepto sistema aplicado al análisis político, aquí como «…un número de hombres unidos por un interés o un negocio». Véase Thomas Hobbes, Leviatán, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 183. [8] Alan Chalmers, Qué es esa cosa llamada ciencia, Siglo XXI de España Editores,2015, p. 214. [9] David Easton, op. cit., p. 50. « En la ciencia empírica, por contraste con las ciencias deductivas como la matemática, el valor de todo sistema simbólico reside en su mayor o menor correspondencia con respecto al sistema de conducta que con él se pretende explicar». [10] David Easton, op. cit., p. 60. [11] David Easton, op. cit., p. 31. [12] Robert Dahl, op. cit., p. 86. [13] Alan Chalmers, op. cit., p. 107. [14] Pocas fuentes más valiosas que las de experimentar en primera persona una lucha filosóficamente ciega entre disciplinas artificiales. V. gr. Javier Prado-Abril y Sergio Sánchez-Reales, Psicología Sanitaria: en busca de identidad, Psicología conductual, 2014, pp. 153-160. [15] David Easton, Categorías para el análisis sistémico de la política, Diez textos básicos de ciencia política, Editorial Ariel, 1992, p. 224. [16] Por desgracia esta forma de razonar, por llamarlo de alguna manera, se encuentra más de lo deseable entre grandes pensadores. El mismo Easton opera de la misma forma respecto la posibilidad de que todo sea sistema (véase la página 57 de su Esquema para el análisis político, de la edición ya citada. Todo el pensamiento moral de Durkheim se basa en una huida hacia delante al alarmarse de la posibilidad del monismo psicofísico (lo llama nihilismo intelectual) (véase por ejemplo el primer capítulo de Sociología y Filosofía, Editorial Comares, 2006. [17] No es necesario caer en el anarquismo epistemológico de Feyerabend para apreciar las diferentes fuentes como valiosas a priori. [18] «La suprema felicidad del pensador es haber explorado lo explorable y venerar serenamente lo inexplorable», Goethe en Máximas y Reflexiones. [19] Por ejemplo, no es preciso estar de acuerdo con sus dos únicos reinos: el concreto y el conceptual. Bien podría pensarse en sistémica desde alguna clase de materialismo monista. [20] Mario Bunge, op. cit., p. 26. [21] Véase la ironía. Evidentemente, aquí por sistema nos referimos a un sistema filosófico articulado. [22] Un problema del que cabe advertir de todo pensamiento sistémico es el de antropologizar el lenguaje. Por otro lado, bien podría pensarse de manera inversa: los sistemas biofísicos como el ser humano tienen tanta voluntad, intención o proyección a futuro como cualquier otro sistema, es decir, poco. [23] Englobamos en coacción los distintos tipos de influencia descritos en Ciencia Política. V. gr. Josep María Vallès y Salvador Martí i Puig, Ciencia Política Un Manual, Editorial Planeta, 2020, p. 34. [24] La categoría enemigo (disociación) – amigo (asociación) de Carl Schmitt expresa perfectamente la tensión entre dos sistemas cualquiera, pero carece del otro elemento esencial: la voluntad de persistir. [25] La idea germinal de El gen egoísta, parece ser que idea original de Robert Trivers y no de Richard Dawkins (según explica Nassim Taleb en su Antifrágil), sería un pensamiento análogo a esta voluntad de poder. [26] Véase la falacia teleológica tal y como la expone Nassim Taleb, Antifrágil, Editorial Planeta, 2021, p. 216. [27] Mario Bunge, op. cit., p. 151. [28] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Editorial Tecnos, 2020, p. 56. [29] Bertrand de Jouvenel, Sobre el Poder, Unión Editorial, 2020, p. 36. [30] Las mismas teorías políticas que han pretendido explicar y justificar el poder político han servido para su expansión. De Jouvenel las divide en teorías del poder centradas en la causa suficiente —soberanía— y en las que se ocupan por su causa final —bien común, bien social, justicia—. [31] Por cierto, que el Poder tenga una apariencia de autonomía no justifica la parálisis derivada del determinismo, sólo señala el inevitable planteamiento de que nuestra voluntad también es una pura apariencia de libertad, como tampoco el uso de este fenómeno para hacer de ese ente totalitario una herramienta para tu ideología particular. [32] Bertrand de Jouvenel, op. cit., p. 58. [33] Bertrand de Jouvenel, op. cit., p. 73. [34] Aristóteles, Política, Austral, 2021, p. 40. [35] Thomas Hobbes, op. cit., p. 42. [36] Norberto Bobbio, Liberalismo y Democracia, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 49. [37] Gerd Gigerenzer. Decisiones Instintivas, Editorial Planeta, 2018. [38] David Eagleman, Incógnito, Anagrama, 2018. [39] Nassim Taleb, Cisne Negro, Editorial Planeta, 2007. [40] Friedrich Hayek, La Fatal Arrogancia, Unión Editorial, 2020. [41] Michael Oakeshott, Ser conservador y otros ensayos escépticos, Alianza Editorial, 2017, p. 43. [42] Frédéric Bastiat, Obras Escogidas, Unión Editorial, 2020, p. 47. [43] Véase el ejemplo de la identidad contingente Agua = H2O en Mario Bunge, op. cit., p. 73. [44] Mario Bunge, op. cit., p. 27.

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