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Crítica a la Sociedad Opulenta de Galbraith

Introducción


John Kenneth Galbraith (1908-2006) fue un economista institucionalista y keynesiano norteamericano[1], autor de numerosas obras sobre análisis económico y consejero de cuatro presidentes de los Estados Unidos (Roosevelt, Truman, Kennedy y Johnson). Asimismo, su influencia se deja sentir en la actualidad por el uso cotidiano de conceptos que él concibió: desequilibro social, poder compensador, sabiduría convencional, efecto dependencia, tecnoestructura, etc. Puede consultarse una lectura histórica y biográfica en el trabajo realizado por su hijo James K. Galbraith[2].


El presente ensayo se propone realizar un análisis crítico de su obra más ampliamente leída La Sociedad Opulenta, donde se ha visto a una de las más profundas críticas a la economía neoclásica. Debido al propio estilo galbraithiano he creído conveniente separar el análisis en dos partes, comentando en primer lugar los aspectos formales para pasar a exponer a continuación una síntesis de sus ideas.


La Sabiduría Convencional y el historicismo en Galbraith


El análisis de la forma de expositiva de Galbraith da cuenta de su percepción de la realidad económica y social, pero también ayuda a comprender su gran influencia tanto en el experto como en el lego. Si su estilo narrativo, aforístico y burlón, favorece algunos aspectos como el de aportarnos imágenes sugerentes, puede jugar en contra en lo tocante a la rigurosidad. Algunos economistas coetáneos vieron falta de honestidad intelectual en tal forma de presentación[3] [4]; veamos por qué.


Galbraith enmarca su ensayo en lo que sigue: existen los hechos, con su valor de verdad, por un lado, y la interpretación de estos, por otro. Dicha interpretación está cargada de interés, de conveniencia, y pocos de nosotros escapamos a esa subjetividad irracional. Este constructo analítico podría resumirse con la dicotomía verdad – aceptabilidad por propio interés y familiaridad, y es uno de los esquemas conceptuales bajo los que se filtra la realidad económica y social a lo largo de la obra. Dicho de otra manera, aceptamos a regañadientes la verdad, y no porque nos convenzan ideas más ajustadas a la realidad, sino por la fuerza misma de los acontecimientos: las ideas en sí mismas son conservadoras[5].


La forma que tiene el autor de entender el cambio de nuestros conceptos sobre economía se aproxima a un historicismo irracional. Esto es, un sujeto, que se mueve bajo las coordenadas descritas de conveniencia, acepta los nuevos esquemas —asimila la realidad— pero lo hace de forma desfasada en el tiempo: «tiene la virtud de convertir en sagrado lo que era conveniente», dirá Galbraith. Las ideas económicas que tenían sentido en un tiempo son asumidas en otro donde ya no se aplican. Este sujeto histórico, al que llama Sabiduría Convencional, es a su vez víctima y perpetrador de tal proceso irracional; se conduce incesantemente bajo ideas equivocadas. Esta especie de zeitgeist (espíritu) que lo abarca todo, el conjunto de las ideas sobre el mundo económico irá cambiando de contenido, influido por las distintas tradiciones, pero especialmente por la que denomina tradición central. Recapitulando, la Sabiduría Convencional que, alejada de la realidad de los hechos, va heredando los preceptos de los antiguos economistas, que a su vez pensaron y actuaron en conveniencia —pocos autores de los mentados se salva de tal señalamiento, si acaso Marx y Veblen—.


Como decíamos, únicamente atendiendo a este esquema ya surgen dudas metodológicas y expositivas, especialmente si tenemos en cuenta que la forma de describir tal realidad es evasiva. Galbraith irá mostrando las diversas colecciones de ideas sin mostrarse del todo, filtrando su opinión entre comentarios sarcásticos, indirectos, y dando por evidente que la realidad es lo opuesto a todo lo que asume por conveniencia la Sabiduría Convencional.


Existen, como se sabe, ciertos peligros —y beneficios— de usar este tipo de esquemas. En opinión del que escribe, buenos ejemplos, elegantes y al servicio del contenido, son los de Alexis de Tocqueville en Democracia en América o el de Ortega y Gasset en La rebelión de las masas (inspirado en aquél). Por desgracia, el caso que nos ocupa no logra su objetivo[6], especialmente por un abuso de aquel ente abstracto, la Sabiduría Convencional. Este ente es partida y meta al mismo tiempo, sujeto al que lanzar argumentos y chascarrillos irónicos, causa y efecto de todo tipo ideas que él considera irracionales. Véase un ejemplo de tantos: «La pobreza sobrevive en el discurso económico en parte como un apoyo a la sabiduría económica convencional»[7]. El autor comenta que Karl Marx utilizó como cándido opositor a sus ideas al conservador Destutt de Tracy; ¿por qué no usar un sujeto inanimado, indefendible, donde depositar todos los ataques? Galbraith tomó buena nota de la estratagema[8].


Dicho recurso de la abstracción en un colectivo imaginario tiene la ventaja de no tener limitaciones a la hora de atribuirle todo tipo de razonamientos; tantos, que acaba siendo inverosímil que un espíritu tenga tal cantidad de conocimientos sobre economía. Y es que siempre se puede acudir al psicoanálisis camelo[9] —expresión coloquial, pero ilustrativa— de defender que todos esquemas están interiorizados, nos determinan, pero pocas veces son explicitados. El autor hará gala de estas estrategias en no pocas ocasiones: «Los partidarios de la política monetaria nos dan seguridades acerca de su eficacia quizás, en parte, para calmar sus dudas subconscientes»[10]. Ese determinismo ingenuo[11], al que escapa el propio autor y pocos más, se observará en sus descripciones sobre la conducta de la población en cualquiera de sus roles como agente económico.


En cuanto a su lectura, el texto incomoda a todo aquel que se acerque con ánimo analítico, intentando desbrozar lo sustantivo de lo narrativo. Veremos a continuación que el ensayo, técnicamente, es pobre —uso deficiente del análisis cuantitativo, nula referencia a autores coetáneos, sus postulados no son expuestos de forma clara y directa, etc.—. En cambio, será atractivo para aquel que tenga animadversión previa al mercado, al comercio, a la figura del rico extravagante y superficial, y especialmente a la opulencia ignorante e irracional. Esto no debería sorprendernos si se tiene en cuenta que en los prolegómenos de la obra encontramos desvelado el objetivo de la obra: «Por esto un ensayo de las características de éste es mucho más importante por la que destruye —o, mejor dicho, por la destrucción que en él se cristaliza, ya que el enemigo definitivo del mito es la circunstancia— que por lo que se crea»[12].


Por último, cabe destacar la actitud que toma Galbraith respecto aquella Sociedad Convencional —liberales y conservadores, unos y otros— y respecto sus antagonistas intelectuales, los cuales no son prácticamente mencionados (por ejemplo, Carl Menger y Friedrich Hayek son nombrados una sola vez, por temas secundarios a los expuestos). El autor transmite una actitud paternalista[13] ante los deseos, conductas e ideas de todo agente económico y de todos aquellos que se alejan de sus propuestas (veremos que sus propuestas adolecen de racionalismo desmedido e ingenuidad supina). La nota de arrogancia[14], que llega a ser por momentos exasperante, es la que se desprende constantemente de aquella hipótesis de la que parte de que las personas no aceptamos la realidad, la verdad, a pesar de que nos la muestren directamente. De nuevo aquí el tic del terapeuta doloso, que nos espeta una especie de «de poco sirve que te lo aclare, te defenderás de mi verdad de todas formas»; «El sistema defensivo de la Sabiduría Convencional es muy sólido»[15].

Tesis principales y un intento de complejizarlas

Una vez repasado los recursos narrativos y conceptuales utilizados por Galbraith, me propongo en esta parte sintetizar en primer lugar sus ideas, con ánimo de corregir el esparcimiento caótico y poco hilado de las mismas durante el ensayo del autor. Por motivos de espacio, se problematizarán algunas de ellas, sin la posibilidad de refutarlas de manera pormenorizada. Asimismo, cabe decir que es difícil encontrar hipótesis formuladas convenientemente[16]. Veremos en primer lugar un resumen de su tesis, para a continuación pasar a desglosar las ideas heredadas de la tendencia central, las ideas secundarias que el autor irá desgranando y que sirven de apoyo auxiliar a la tesis principal, y por último las propuestas que menciona al final de la obra.


Tesis principal (inferida)


Intentaré plasmar su tesis principal en un párrafo:


El hombre occidental se ha librado en gran parte de la pobreza, pero con la llegada de la opulencia, las necesidades —objetivamente no urgentes— se van amontonando, creadas por el mismo sistema de producción que permitió esa opulencia. Esta creación artificial[17] de necesidades se da por medio de las instituciones de la publicidad y la técnica de ventas, a través de procesos de emulación y sugestión [Efecto dependencia]. Esta opulencia genera a su vez la obsesión por la productividad —se tiene miedo a perderla—, y se adhiere convenientemente a las ideas de la tendencia central (Adam Smith, David Ricardo, Th. R. Malthus), asunciones económicas anacrónicas que funcionan como mito; al sujeto histórico-social que encarna y actúa esas ideas se le denomina Sabiduría Convencional. No obstante, la característica más singular[18] de esta Sabiduría convencional es su desprecio por el sector público, que es discriminado activamente en la asignación de recursos respecto el sector privado [Teoría de desequilibrio social], con repercusiones en la degeneración moral y social de la población, y que repercute de forma desigual entre el hombre de la gran empresa y el obrero. Este desequilibrio social es urgente y grave en cuanto el consumo privado está asociado irremediablemente con el despilfarro en intereses superficiales y corruptos[19] —automóviles, televisión, pornografía, estupefacientes, navajas automáticas, suciedad y contaminación[20], etc.—; mientras que la inversión pública lo está principalmente a la inversión en personas, en educación, y ésta a «la música y las bellas artes, el interés por la literatura y por la ciencia y, hasta cierto punto, los viajes».


Ideas heredadas por la Sabiduría Convencional desde la tendencia central


§ Asunción de la sociedad competitiva, asociada a la sociedad económica liberal de Adam Smith. La idea de competencia se tiene como ideal, hermosa, simétrica. En dicha sociedad prima la eficiencia.


  • De este ideal se desprenden los valores de trabajo duro, de eficacia, frente a los de incompetencia y pereza. Todas las propuestas económicas que choquen con estos ideales serán vistos con recelo (seguros de paro forzoso, pensiones para la vejez estatales, impuestos a los ricos, etc.).

  • El desprecio al monopolio, los aranceles, y la defensa de los movimientos libres al trabajo y al capital también nacen de asumir esa sociedad competitiva. Todo elemento de seguridad es tomado como enemigo.

  • La osadía del empresario, que se percibe y vende como alguien que innova en un mundo peligroso, no pasa de ser literaria, mitológica[21].


Galbraith opina que este tipo de sociedad no ampara a los enfermos y desvalidos, donde la pena por fracasar es la quiebra y la eficiencia es buscada en detrimento del perdedor. Además, es interesante señalar que la Sabiduría Convencional lleva consigo estos esquemas, pero actúa justamente los opuestos. Ésta defiende la inseguridad como elemento connatural al sistema económico de competencia, pero en su cotidianeidad, y a un tiempo, busca refugio constantemente.


§ Preocupación primaria por la productividad y por la posibilidad de sufrir depresiones económicas (expresión eufemística para pánico o crisis).


  • Los valores de sobriedad, ahorro y diligencia están asociadas a esa obsesión.

  • Dos factores sostienen esta preocupación casi exclusiva por la productividad —en detrimento de otras medidas de bienestar social—: i) una teoría de la demanda del consumidor sui géneris, pues en realidad se da un efecto dependencia que hace de aquella una ilusión, un atentado al sentido común; y ii) los intereses de los hombres de negocios, productores y políticos en este mismo sistema de producción.

  • La conceptualización de la causa de las depresiones económicas como fenómenos con capacidad para autocorregirse obedece al interés de los teóricos y paraliza las alternativas de intervención (básicamente medidas keynesianas).


Ideas secundarias argüidas por Galbraith


§ El bienestar económico adquirido por occidente no deriva de la sociedad competitiva, sino de prácticas monopolísticas (o en su defecto oligopolísticas) y de la garantía de orden interno que proporciona el Estado-nación. El desarrollo de la empresa moderna «sólo puede ser comprendido como un esfuerzo total para reducir el riesgo».


  • Estas medidas que aumentan la seguridad se han conseguido a partir del uso de la publicidad, y aquí se da de nuevo otra discriminación entre la gran empresa, que se lo puede permitir, y el obrero, que no.


§ Las necesidades son creadas por el propio sistema de producción, y los economistas se abstienen de escalarlas moralmente en algún marco objetivo.


  • «El economista no se inmiscuye en los dudosos razonamientos morales acerca de la importancia o la virtud de las necesidades que deben ser satisfechas».

  • El autor no acepta que el concepto de urgencia pueda ser subjetivo, «una necesidad no puede ser urgente si se incita desde fuera», y considera que la defensa de la producción tiene en este punto su falla más importante, pues no se puede abogar por la producción como instrumento para satisfacer las necesidades si esa misma producción es la que las crea. La producción sólo viene a llenar un vacío que ella misma ha creado.


§ Concibe el ahorro, no como uno de los fundamentos de la acumulación e inversión del capital, sino como el residuo que queda después del consumo suntuoso[22]. Es ilógico, por lo tanto, querer incentivar el ahorro con medidas de aumento de la renta.


§ La pobreza, que puede diferenciarse entre pobreza-caso y pobreza-insular, sí se reduce por el aumento de la producción, que mejora a su vez el bienestar del hombre medio, pero es suspicaz respecto su capacidad para erradicarla de todo: «un producto agregado en aumento deja en la misma base de la pirámide de la renta un margen de pobreza que se perpetúa a sí mismo».


§ Ha sido un error histórico, fundamental, asociar seguridad con la reducción de la productividad. Sostiene que hay una relación recíproca entre las dos, y defiende medidas como la expansión de los mercados, seguros de paro forzoso, precios de sostenimiento agrícolas, seguros de vejez y viudedad, etc.


§ El sistema de valoración de nuestra productividad está sesgado pues incluye, sin baremar moralmente, todo tipo de bienes y servicios. Se da una discriminación de esta valoración entre los sectores privado y público (recuérdese a qué tipo de valores asocia a cada uno de los sectores en la tesis principal descrita más arriba).


  • Además, el sector público se encarga de producir bienes y servicios no cuantificables mediante valor monetario: «… dentro de la evolución de la empresa económica los productores privados se hicieron cargo de las cosas que podían ser producidas y vendidas por un precio. Las que no podían serlo, pero en definitiva no eran menos importantes por esta razón, quedaron en manos del Estado».

  • La teoría de la identidad de todas las clases de trabajo, aquella que hace equivalente los trabajos físico, mental, artístico o directivo, es una de las mayores obcecaciones más antiguas y eficaces del campo de la ciencia social, y de esta se complace principalmente el presidente de la empresa[23].


Propuestas


§ Como medida para el aumento de la productividad, por el lado de la oferta, sugiere aumentar la población. Esta inversión, del todo racional, contrasta con nuestra irracionalidad para ponerla en marcha[24].


§ La opulencia actual —piense en la fecha de publicación: año 1958— permite dejar de mirar a otro lado respecto el desvalido: plantea una renta mínima que asegure unos niveles esenciales de decoro y comodidad. Además, propone como objetivo principal de la Nueva Clase la eliminación del trabajo entre las instituciones económicas imprescindibles. Esta Nueva Clase, creada a imagen y semejanza de la clase en ciernes, y con preferencias ociosas e intelectuales, es la referencia en el horizonte. Así habla Galbraith al lector profano[25]:


¿Por qué deben los hombres afanarse para maximizar la renta cuando el precio que se paga por ello son tantas horas oscuras y melancólicas de trabajo? ¿Por qué tienen que comportarse así especialmente cuando hay mayor abundancia de bienes y su importancia es menor? ¿Por qué no procuran, en cambio, maximizar los beneficios de todas las horas de su vida? Y, puesto que ésta es la aspiración modesta y evidente de un número cada vez mayor de personas perspicaces, ¿por qué no es éste el objetivo principal de la sociedad?


§ La equilibración social, por medio de una asignación racional entre la inversión pública y la privada, permitiría una recalibración moral (expresión del autor de este ensayo, no de Galbraith), junto a la eliminación de la pobreza enquistada en lo más bajo de la pirámide social y una reducción de la delincuencia.


§ Tanto el restablecimiento del equilibrio social, aun no comprobable en la práctica —afirma Galbraith—, como la creación de esa Nueva Clase, derivaría de lo que es su propuesta última y principal: la inversión en educación.


La importancia de la educación y la racionalidad, ligadas a la inversión en personas del sector público, es el pilar fundamental de todo el entramado idealista de Galbraith. Su inclinación por la ociosidad intelectual, denigrando cualquier otro gusto personal que se desvíe lo más mínimo, y la terminología utilizada para su comunidad bien regida y administrada[26], nos hace pensar irremediablemente en la República de Platón. Creo conveniente recordar en este punto la conversación entre Glaucón y Sócrates sobre el Estado sano y el Estado febril (Estado de cerdos rebautizado), la cual deriva en la necesidad de teorizar sobre un Estado limitado, austero, respecto de un Estado opulento (lujoso)[27]. No es casualidad que Galbraith coincida también con su teoría sobre las necesidades[28].


Las revistas de aventuras, el alcohol y los estupefacientes y las navajas automáticas forman parte, como se ha dicho, de la creciente corriente de bienes, y nadie impide su disfrute. Existe una amplia provisión de riqueza privada de la que se puede disponer sin que haya mucho que temer de la policía. Una comunidad austera se ve libre de toda tentación. Puede practicar esta misma austeridad en sus servicios públicos. No ocurre lo mismo en una comunidad rica.


Conclusiones y cierre


Son muchas las objeciones que pueden hacerse tanto a su tesis principal, a las ideas secundarias en las que se apoya, como a las propuestas que acaba defendiendo: peca de determinismo ingenuo —del cual él se libra, no se sabe muy bien cómo— al situarnos completamente a merced de nuestros propios intereses (causación interna) y los deseos de los manipuladores publicistas (causación externa); confunde—más bien niega— la diferencia entre urgencia subjetiva y objetiva; hace equivalente el término social a justicia[29]; realiza cierto dislocamiento entre los procesos que llevan a la riqueza y aquellos otros que la ordenan racionalmente (recuérdese la analogía de la habitación llena de muebles[30]); forma caricaturas simplistas sobre fenómenos complejos (a menudo aderezadas con imágenes dicotomizadas entre hombre de empresa vulgar y mezquino y obrero honrado víctima de factores sociales); no expone el entramado moral de fondo, al que realmente él está reaccionando —con su propia visión sobre la virtud—, y lo camufla en cambio en una polémica económica («Todo un sistema ético está en juego»[31]), etcétera.


No obstante, considero suficiente limitarse a problematizar, poner en cuestión, tres de las asunciones sobre las que se sostiene todo su edificio argumentativo: i) el Estado aquí no sólo es benefactor en todas sus formas y acciones, es inmaculado, no participa en ninguno de los fenómenos que describe con detalle, y es el argumento y solución para todo problema social. Pero no hay cielo sin infierno, y ese rol es para el sector privado, sinónimo de decadencia moral; ii) el brazo armado de ese Estado que todo lo debe y puede, es la Educación —en mayúsculas—. La Educación es arma intelectual para conseguirlo todo, aumentar la productividad para que toda la sociedad consiga los beneficios de esa Nueva Clase —en esta República no harán falta esclavos, un paraíso terrenal más perfecto que el platónico—, pero, sobre todo, alcanzar también una moralización racionalizada de toda la población, que atiborrará las plazas de amantes de las bellas artes y de ávidos lectores. Para ello sacrificaría orgullosamente la libertad de elección sobre la educación[32]; y iii) su teoría económica sobre la generación de necesidades es prueba de que el autor no está sirviéndose realmente de la razón, sino que es víctima de sus prejuicios morales[33]. Su teoría del consumo es piedra de toque para revelar a todo aquel que no tiene una mínima intuición sobre el funcionamiento del mercado y la persuasión humana; nuestro autor confunde su deseo de que la gente aprecie ciertos valores con el que realmente mueve a la gente a consumir, desconociendo por entero la forma que tiene el ser humano de tomar decisiones[34][35]. La respuesta para salvar esa distancia es la que da todo idealista naíf: más y mejor Educación.


Atienda el lector a la aparente paradoja. Galbraith afirma, resignado, que las campañas publicitarias funcionan en las mentes sencillas[36] porque venden productos fáciles de asimilar, en contraste con los productos intelectuales que tanto aprecia. Pues bien, la singularidad estriba en que uno de sus productos, La Sociedad Opulenta, representa uno de esos productos fáciles que pueden engatusar a millones de personas e influir por décadas, y al mismo tiempo refuta su propia teoría de las ideas conservadoras[37]. No hay manera más rápida de adquirir apariencia de conocimiento, con la ayuda de frases hechas, eslóganes y conclusiones dadas por obvias, que la lectura de este ensayo aquí analizado. En este lado de la analogía, el producto intelectual, al que esa mente sencilla tiene el paso vedado, se adentraría en la relación compleja entre individuo y sociedad, la evolución histórica de la relación entre comercio y organizaciones políticas, nociones de teoría del conocimiento, fenómenos sistémicos (con capacidad autoorganizativa y espontaneidad)[38], en definitiva, mostraría teoría económica y cultural con fundamentos —con independencia del enfoque o la tendencia—. A ese acartonamiento de las ideas le hemos venido a llamar ideología. Esa sería la definición para un producto fácil en el mundo del conocimiento riguroso.


En cuanto al estilo, nada que objetar a la arrogancia[39], sólo a la inmerecida. Tampoco habría problema con la exposición historicista, pues puede ser útil en ciertas circunstancias, pero en su ensayo la sensación es la de estar al servicio de la persuasión, no del análisis riguroso. Y totalmente en línea con la noción de indisociabilidad entre la creación y destrucción (entre crítica constructiva y destructiva), pero considero que en La Sociedad Opulenta sólo acaban dañados hombres de paja.


Alguien podría afirmar, quizá, que el hecho de que en 2022 La sociedad opulenta sea una lectura obligatoria en cursos superiores de educación universitaria, es prueba de la potencia de su idea de la publicidad y sus largos tentáculos. También puede verse como recordatorio de que lo que precisa de explicación es la virtud, no la ignorancia; nadie niega los efectos de contagio, aborregamiento, o la tez décadent del ser humano. Habría que procurar no hacer de esta noción parcial algo monolítico e inevitable —porque, de hecho, no lo es— y no auparnos en ella a fin de construir una moral y una civilización a nuestra imagen y semejanza[40]. Ya nos enseñó un verdadero arrogante que la elevación y decadencia humanas no entiende de clases, sectores e ideologías políticas, y que pueden estar indeleblemente asociadas.

¡La «racionalidad» a cualquier precio, como violencia peligrosa, como violencia que socava la vida![41]





[1] Antonio Nogueira, Galbraith: el economista con un objetivo público, Revista de Economía Crítica, 2019. [2] James K. Galbraith, La economía de John Kenneth Galbraith: una visión personal en tres partes, Ola financiera, 2018. [3] Milton Friedman, Friedman on Galbraith, The Fraser Institute, 1977, p. 17. [4] Murray N. Rothbard, John Kenneth Galbraith and the Sin of Affluence, Man, Economy, and State, Ludwig von Mises Institute, 2009, p. 973. [5] John Kenneth Galbraith, La Sociedad Opulenta, Editorial planeta, 2020, p. 40. [6] Asumo, es posible que de forma ingenua, que el objetivo del autor es plantear una descripción realista y rigurosa de lo acontecido desde la aparición de la economía moderna. Es en ese sentido que afirmo su fracaso en utilizar esos esquemas expositivos. Bien podría haberse fijado otros objetivos, como veremos a lo largo de la reconstrucción crítica. [7] John Kenneth Galbraith, op. cit., p. 271. [8] Por toda la obra se salpican las formas verbales del tipo “nos informan”, “nos lo recuerdan”, “se nos predica”; o el genérico “los economistas”, sin tener la posibilidad de inferir de qué grupo de economistas da cuenta, si es que no de todos —excepto él mismo—. [9] Sigmund Freud, El malestar en la cultura, Alianza Editorial, 2021, pp. 136-151. Como en tantas otras ocasiones, ha de acudirse al origen de toda idea o procedimiento para ahorrarse equívocos de malos e intermediarios aprendices. En las páginas escogidas se hace gala de un uso exquisito, y precavido, de la analogía, y de la aclaración terminológica, en uno de los asuntos más peliagudos: la relación entre el individuo, la sociedad y la interiorización de esquemas de convivencia (morales). A la luz de los conocimientos actuales sobre el desarrollo humano sigue teniendo una potencia sugestiva impresionante. Usar terminología freudiana no te convierte en Freud: él sí pudo hacer uso de analogías sin perderse en organicismos, y con una actitud constante de cautela. [10] John Kenneth Galbraith, op. cit., p. 209. [11] Murray N. Rothbard, op. cit., p. 978. [12] John Kenneth Galbraith, op. cit., p. 244. [13] Milton Friedman, op. cit., p. 30. [14] Ibid., p. 30. [15] John Kenneth Galbraith, op. cit., p. 245. [16] Milton Friedman, op. cit., p. 13. [17] John Kenneth Galbraith, op. cit., p. 271. [18] Ibid., p. 291. [19] Ibid., p. 224. [20] Ibid., p. 223. [21] Ibid., p. 109. [22] Ibid., p. 92. [23] Ibid., p. 286. Para ver un análisis sobre el porqué de las reacciones ante la mística y lo intangible del mercado véase el capítulo El misterioso mundo del comercio y del dinero, en La fatal arrogancia, de Friedrich Hayek (edición citada). [24] Ibid., p. 130. [25] Ibid., p. 291. [26] Ibid., pp. 224-225. [27] Platón, República, 372d-374d. [28] Ibid., pp. 358a. [29] Friedrich Hayek, La fatal arrogancia, Unión editorial, 2020, p. 188. [30] John Kenneth Galbraith, op. cit., p. 298. [31] Ibid., p. 250. [32] John Kenneth Galbraith, op. cit., p. 238. De poder elegir, la gente no escogería bien. Véase El buen árbol. [33] Su teoría de la publicidad está en línea con una las habituales y malas interpretaciones de la ley de Say. Dicha interpretación, que no la ley, dice así: «la oferta genera su propia demanda». Pues bien, tan popular como incorrecta, la Sabiduría Convencional Sanitaria cree a pies juntillas que el Sistema Nacional de Salud crea su propia demanda con el aumento de la oferta pública. Como Galbraith, la mayoría del mundo sanitario considera que la población espera pacientemente a que el Estado genere una solución a sus problemas cotidianos, y que no se sirve de otros servicios equivalentes durante la espera. [34] Gerd Gigerenzer, Decisiones instintivas, Editorial planeta, 2008. [35] Nassim Nicholas Taleb, Antifrágil, Editorial Planeta, p. 370-371. [36] John Kenneth Galbraith, op. cit., p. 242. [37] Nassim Nicholas Taleb, op. cit., p. 266. Véase expuesta en este texto la epistemología evolutiva de las ideas de Karl Popper. [38] Ibid., p. 85-89. La naturaleza de los sistemas complejos, aun desarrollada principalmente por la Cibernética y la Teoría de Sistemas, posteriores ambas a la publicación del ensayo, fue intuida en sus aspectos fundamentales por el propio Adam Smith. [39] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza editorial, 2021, pp. 29-46. En realidad, puede leerse cualquier fragmento al azar y el lector hallará lo que vino a buscar en esta nota al pie. [40] Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza editorial, 2021, p. 33. Recuérdese: «¿A qué moral quiere esto (quiere él—) llegar?» [41] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, p. 87.

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